La cabina se plantea como una pieza más de señalización de las instalaciones portuarias, en el conjunto de balizas, faros y elementos que ordenan los usos e informan de los mismos – visibles tanto desde tierra, como desde las zonas de acercamiento a los espigones, dársenas y muelles -, y que permiten que la navegación y las actividades portuarias se desarrollen de forma segura y eficaz, ya que son esos parámetros los que determinan en buena medida la calidad de los trabajos desarrollados en los puertos.
Las características que distinguen a las señales entre sí son:
Su escala, geometría, colores y luz (ya que su funcionamiento es tanto más importante de noche que de día).
Se arranca del concepto de una pieza con diferentes caras para permitir, ajustada a su pequeño tamaño, la posibilidad de separar usos – al Sur la atención/información y al Oeste, junto a la puerta de “acceso libre” a la ciudad, la atención/control -.
El volumen principal – una caja homogénea y traslúcida – contiene volúmenes menores en su interior – de diferentes medidas y colores – que advierten de los diferentes usos y orientaciones.
Los planos exteriores son móviles – sencillas puertas abatibles – y permiten, una vez desplegadas, la comunicación y la atención a través de diferentes mostradores que quedan directamente en contacto con los viajeros.
Tanto la mínima definición formal última, como la escueta selección de materiales en la resolución constructiva – vidrios laminares de diferente composición, traslúcidos acuosos y transparentes de colores, montados sobre una estructura base tubular de acero -, contribuyen a facilitar su incorporación al conjunto de señales antes mencionado.