El programa exige por un lado la reposición de un recorrido desaparecido en el siglo XIX por la apertura y el consiguiente desmonte que provocó la apertura de la calle Gisbert; y por otro activar el propio monte y los refugios que la guerra civil construye en su interior, para a partir de su lectura continuarlos y dotarlos de un sentido que los haga posibles en el conjunto de la actuación como frente urbano construido.
Para resolverlo se construirá un ascensor que comunique de forma directa la calle Gisbert con el parque Torres, salvando los 45 metros de diferencia de cota que los separan, y unidos al ascensor una pasarela y dos casetas de control, una situada en la cota más baja y otra en el desembarco de la pasarela en el parque.
Junto al ascensor se plantea un edificio de uso administrativo y cultural que servirá también de espacio previo para la visita a los refugios, que serán habilitados para apreciar su propio valor histórico u organizar eventos orientados a la promoción turística y cultural de la ciudad.
La propuesta de la torre-ascensor se lee como una figura de geometría precisa en su respuesta a los condicionantes estructurales; en el convencimiento de que tan solo la solución apropiada de ese aspecto del problema resuelve la mayor parte de los efectos que se deducen de su aplicación. El encontrar esa atadura firme, lo que es y lo que aspira a ser el edificio, lo despoja de toda pretensión de forma para concentrarse en una imagen mecánica.
De manera complementaria el edificio de oficinas aparece como una continuación de los refugios, como un muro de contención que aloja en su interior las dependencias de programa terciario. No es más que lo que siempre fue el monte y en la activación consciente de su carácter reconsiderado, otorga un valor a la calle que nunca tuvo.
La edificación aspira a convertirse en el elemento estructurador de un camino, y quizás no sea mas que eso, un eslabón de una cadena definitivamente forjada. La propuesta quiere ser una ayuda para mirar y recorrer de manera distinta una ciudad que se encuentra inmersa en una transformación radical.
El proyecto es así entendido como respuesta a las necesidades de transito y a las posibilidades de actuación sobre una brecha en un monte, para definitivamente consolidar un tramo de ciudad. Aspira la edificación, en definitiva, a socorrer al caminante, a suturar la ciudad y a descubrir nuevas miradas sobre un sitio convertido en un lugar.
De esa manera es más importante mirar que ser mirado, reconocer más que ser reconocido.
En cuanto al antiguo anfiteatro de autopsias, se trata de acondicionarlo para su aprovechamiento cultural y turístico, proporcionando un espacio único, en el que mediante la recuperación del concepto del banco que recorría su perímetro, se disponga de una sala plurifuncional desde la cual poder atender a diversas situaciones, ya sea como sala de conciertos, charlas , lecturas, punto de información e interpretación de los monumentos colindantes, sala de exposiciones, etc.
Se concibe el edificio como una estancia única, cuyo perímetro está recorrido por una estructura modulada en diferentes alturas, de modo que se ofrece un uso flexible que puede funcionar como grada, contenedor, mesa, mostrador, etc.
En el suelo de la sala se esboza la planta del conjunto histórico-monumental al que pertenece el anfiteatro actuando así como primera aproximación a la interpretación del entorno.
El resto de las actuaciones contempladas – acceso, iluminación, instalaciones, etc. – se plantean bajo un criterio de respeto a las condiciones constructivas del edificio existente y potenciando las mismas; así se aprovecha la cornisa como lugar de apoyo para una iluminación indirecta sobre la cúpula, con la posibilidad de proporcionar situaciones alternativas mediante la colocación de otras instalaciones en ella.
Para la zona baja, las instalaciones se colocarán ocultas y enrasadas en el banco perimetral y empotradas en los muros de acceso, de modo que el volumen general quede limpio de elementos superpuestos.