La cosa es que unos amigos – a uno le parece que ciertos encargos sólo los hacen los amigos – nos confiaron un bajo en el casco antiguo de Cartagena.
La primera visita al local – a oscuras, ya de madrugada – nos produjo una impresión terrible.
A la luz del día el problema se veía de otra forma y la solución era muy clara:
las piedras estaban en su sitio, nosotros pondríamos las frigorías.
Así las cosas, y renunciando a todo aquello que no fueran problemas de construcción, apuntalamos un poco por aquí y por allí, eliminamos lo que impedía la lectura original del recinto, respetamos y limpiamos sus elementos estructurales/constructivos, ordenamos los espacios según su uso y condición – servidos y sirvientes – y procuramos que se asomara a la calle desde el portón de siempre.
De esa contundencia manifestada en el planteamiento inicial, deriva un voluntario descuido en el detalle, un cierto miserabilismo en el tratamiento de los materiales.
Al exterior, una puerta de chapa lisa y un neón azul.
Ni siquiera un cartel.